ABSTRACCIÓN AMBIENTAL

Texto de Montserrat Cano Guitarte
Mirada y complicidad 2018

Mirada y complicidad es la mayor exhibición de la obra de Pedro Zamorano que se ha celebrado hasta el momento. Incluye setenta esculturas, doce de gran formato y cincuenta y ocho de pequeño y mediano. Diez piezas de gran formato están instaladas en la calle Real, una en la terminal de ferrys del puerto y otra en el patio de la Casa Bencomo. El eje de la exposición de las obras de pequeño y mediano formato lo constituyen cincuenta y tres obras que se exhiben en la Casa Bencomo, junto con otras cinco instaladas también en la terminal de ferrys, todo ello en San Sebastián de La Gomera.

Desde el punto de vista del visitante, la diferencia entre un espacio expositivo y otro es fundamental. Quien asiste a cualquier tipo de evento en un local cerrado lo hace por voluntad propia, con unas expectativas determinadas, incluso cuando no posee referencias concretas acerca de lo que va ver, y está a merced de la sorpresa. Esa decisión personal no existe cuando las obras se encuentran en un espacio público abierto: el espectador las encuentra sin buscarlas, se topa con ellas y, en cierto sentido, el artista está invadiendo un territorio que deja de ser cotidiano y se convierte en desconocido, tal vez en inquietante. No se trata en este caso de una obra instalada permanente y desde hace tanto tiempo que ya se ha convertido en mobiliario urbano habitual sino de objetos que “no estaban ahí”, que es imprescindible mirar y acerca de los cuales hay que formularse preguntas. La diferencia de espacios no implica siempre una distinta apreciación de las obras pero sí es cierto que, al partir de premisas diversas, las conclusiones por parte del espectador puedan ser también variadas.

Si nos atenemos a las obras en sí mismas, la diferencia conceptual entre las que se encuentran en la calle y las que pueden verse en la sala de exposiciones no va más allá del tamaño y del posible placer que es fácil imaginar en el creador cuando trabaja en un formato monumental, que plantea mayores dificultades y retos. Cada pieza, en el momento de su creación en la mente del artista, exige un formato determinado para intentar conseguir todo su significado y potencia. En todos los casos y en todas las series, la escultura de Pedro Zamorano se define por un estilo que me atrevería a calificar de abstracción ambiental, una formulación que, asentada en un territorio y una naturaleza muy concretos, trasciende ambos para crear objetos con entidad propia capaces de “ser” más que de “representar”. Sus esculturas hunden sus raíces en el entorno, en el ambiente, pero solo para crecer en busca de significados primordiales. Bien mirado, el arte es siempre abstracción porque no puede ser otra cosa. Por mucho que el creador se empeñe en elaborar un objeto similar al existente, el resultado siempre será otro objeto, otro, dotado de materialidad y de sentido solo en el preciso instante en que su hacedor lo dé por finalizado. En eso, precisamente, consiste crear, en lanzar al mundo un ser nuevo capaz de comunicarse con nosotros por sí mismo, dejando atrás la intervención del creador como muy bien explica el antiquísimo mito de Pigmalión. La R.A.E. dice que abstracto es aquello que define alguna cualidad con exclusión del sujeto. Si aceptamos esto, podremos concluir que el grado de abstracción no es sino una relación cuantitativa entre el sujeto y la cualidad, entre la esencia y la apariencia, y que cada artista, desde la más remota antigüedad, ha empleado esa forma de ver y hacer, desde los bisontes de las pinturas rupestres a las salpicaduras de Pollock, desde las Venus paleolíticas al Peine de los Vientos de Chillida.

 

En el caso de Pedro Zamorano, le he escuchado decir que, cuando comienza una obra, tiene en su mente el contenido conceptual de la misma pero su materialización no se ha concretado aún, sino que aparece a través del propio trabajo, del descubrimiento de cuanto cada piedra puede ofrecer, decir y mostrar. Encontramos en ese proceso la complicidad absoluta entre creador y material, algo que aparece con claridad en algunas Germinales y en todos sus Pulsos. Así, es la identidad de la obra -la identidad abstracta- la que construye la identidad del autor, y no al contrario, pero para que eso ocurra es necesario que el artista mire de cierta manera, de un modo personal, único, que definirá todo lo que contemple y lo que brote de su mirada. En este proceso, el escultor y la piedra son cómplices porque se entregan uno al otro en la ceremonia de la creación. Lo que Pedro Zamorano ve es la geología y la vegetación que lo rodean y, a través de ellas, el universo general y el suyo particular. Sus obras son la traducción de una mirada, un análisis y la intuición necesaria para comprender el lenguaje de la materia, en su caso de la piedra.

 

Pero no solo la relación entre el creador y su obra nos dirige hacia la complicidad, también la del espectador con la obra. Quien contempla pone en su mirada todo cuanto es, obtiene de ella una u otra cosa según cual sea su bagaje personal, añade un significado más a la obra examinada y amplía su propia experiencia con un nuevo elemento. La complicidad entre artista y espectador es necesaria no solo para que este último comprenda y sienta la obra sino también, y de forma muy importante, para que esta adquiera significados nuevos más allá de los imaginados por su creador y se haga, así, más universal.

¿Qué encontraremos los visitantes en Mirada y complicidad? La interpretación estética del mundo ideal y tangible de Pedro Zamorano. Todos quienes hemos escrito sobre su obra hemos destacado la relación entre La Gomera y su escultura, una correspondencia muy visible en casi todos sus trabajos. El hecho de que esta exposición incluya obras de diversas épocas, nos permite advertir cómo la propuesta estética de Pedro Zamorano se ha ido decantando progresivamente hacia una abstracción cada vez más perceptible. En algunas esculturas es posible reconocer algo lejanamente similar a una tunera o un perfil de la isla, pero debemos recordar que lo que vemos no es una tunera ni un barranco de La Gomera sino la esencia de una flora y una geología determinadas. Las obras más recientes nos remiten a una búsqueda de la simplicidad que se encarna, por ejemplo, en la serie de Semillas, donde la forma se limita a la línea y el volumen puros. Esencia en cualquier caso. Esencia despojada de todo cuanto no sea la cualidad que el autor encuentra y resalta en cada piedra, es decir, arte.

Al paseante que llegue al tramo principal de la calle Real de San Sebastián de La Gomera le asaltará la impresión de grandeza de cada una de las esculturas y del conjunto de ellas. Se trata, en efecto, de obras que de inmediato nos ponen en contacto con las potencias telúrica y genésica tan perceptibles en esta isla, monumentos a la fuerza creadora de la Tierra y del pensamiento humano cuando es capaz de reconocer ese esplendor. Todas ellas son esculturas impactantes por su fuerza, volúmenes que sugieren la solidez de las rocas que forman La Gomera y la abundancia de la vida que ha brotado de ellas.

A quien visite la exposición de la casa Bencomo se le ofrece un recorrido por algunos de los temas que constituyen la obra de Pedro Zamorano, Tuneras, Germinales, Pulsos, Semillas y otras piezas. Se trata de un trayecto artístico y vital que ha dado como fruto una obra que, brotada de La Gomera, es una reflexión y un testimonio sobre nuestro universo tangible y nuestro tiempo.

 

Son pocas las ocasiones en que toda una ciudadanía tiene la ocasión de disfrutar de una muestra tan completa de la obra de un artista. Estoy segura de que todas las personas que la veamos, isleños y foráneos, reconoceremos y valoraremos la oportunidad que se nos ofrece y nos haremos cómplices de una obra esencial para entender el arte del siglo XXI.