BÚSQUEDA AZAR Y OFICIO

Texto de Luis Ortega Abraham
Pedro Zamorano. Esculturas 1998

Con las piedras como materias y argumentos, en un curso de densa y contrastada actividad cultural. El escultor Pedro Zamorano ha ordenado y reunido experiencias y trabajos de diez años en una exposición de gran aliento y coherencia.

 

Zamorano Palacios (Palencia,1953) está empeñado en desvelar los secretos íntimos de las piedras, desvestirlas de óxido y pátinas – sus señas de identidad reconocibles- y exponer sus entrañas cristalinas coloreadas con las gamas del tiempo y del sueño.

 

Su propósito inmediato (“divulgar una realidad bellísima e ignorada por la mayoría de sus paisanos”) se cumplió con los valiosos hallazgos de moteados gabros, procedentes del hondo complejo basal, de apastelados y cálidos cromatismos; basaltos negros y grises, excepcionales marrones, de texturas y resistencias variables; diferenciadas augitas; singulares rocas, tableadas con vítreos olivinos, adornadas en cavidades y poros con carbonatos primarios…

 

… Traquitas, sienitas, fonolitas, milonitas estrañas, piedras salpicadas de pirita y piedras veteadas con lujos cromáticos de imposible imitación…

 

… Y caprichos de la naturaleza, elementos comunes para el conocimiento popular y los usos constructivos, simples piedras del camino que, juntas o por separado, verifican origen y edad de la isla, signo y cifra del territorio de lección.

 

Fascinado por todas estas riquezas y humildades minerales ( descubiertas, reunidas y clasificadas en excursiones científicas , y amigables, con el geólogo tinerfeño Telesforo Bravo) el artista observó, aprehendió y aceptó sus reglas y, además, experimentó y ensayó con sus excepciones; fusionó las cualidades de la materia –densidad, fortaleza, textura, color- y el concepto y dejó que el azar de una cristalización jerarquizara inapelablemente estos valores.

 

Sin presunción antológica – pero con hambre de inventario y cierre de etapa, y aire de homenaje a La Gomera y a los gomeros que le animaron en sus afanes- presenta un armónico y fastuoso repertorio de formas y sugerencias arrancadas de cualquier piedra –olvidad por tamaña o peso, vulgaridad o modestia, o notable por magnitud o violenta emancipación de un conjunto- por causas y agentes tan diversos como la erosión constante, el dirigido vigor del cincel, el certero tajo de la radial y la concienzuda lija postrera, que modula aristas y afila redondeles, y siembra de ilusiones táctiles el medio centenar de piezas expuestas en el Centro de Visitantes de la Villa de San Sebastián.

 

Así entendemos su bien dirigido oficio – bríos, riesgos, prudencias, astucias- y los excelentes resultados que le procura, porque en tratamiento y acabado las esculturas actuales de Zamorano, emparentan con piezas de Plácido Fleitas y Eduardo Gregorio, artistas cimeros en el idioma de la piedra, creadores a caballo entre la figuración indigenista y la abstracción que llegó a Canarias , a finales de la década de los cincuenta, con los grupos LADAC, en Las Palmas, y NUESTRO ARTE, en Tenerife.

 

Para desarrollar un discurso plástico bajo el denominador común del ovoide – canon al que ciñe este ciclo- el escultor debe de vencer las trampas y dificultades de las estructuras cristalinas, los peligros de fracturas en las rocas volcánicas de grano fino.

 

Pero Pedro Zamorano, observador atento y constructor esencial , aprovecha las estructuras internas de la materia, sus líneas e inclinaciones, para sugerir, abstraer, articular y relacionar formas que, en primera y última instancia, buscan, hallan, leen e interpretan la figura humana.

 

En íntima alianza con el entorno y la materia, el artista libera su potencial de energía con la pulsión de la epidermis y la llegada a los enigmas interiores. Así se explican las poderosas y herméticas cabezas, con huecos escalonados como modelos anatómicos; los miembros mórbidos, disecados con sobriedad forense pera repetir y resumir, desde dentro, el aspecto exterior; los cuerpos inducidos por músculos potentes, los miembros de las piedras que, amorosamente labradas, enseñan sus misterios y grandezas.

 

De las evocaciones auriñacences –porque, a su manera, Zamorano propone también un juego didáctico- a las formas más abstractas y decorativas del período magdaleniense; de la estatuaria monumental, donde subordina el elemento representativo al equilibrio arquitectónico del objeto, a la abreviada lectura clásica, con torsos y cariátides de escueto cincelado; de las alusiones medievales – matronas sedentes, doncellas góticas – a los más o menos conscientes guiños manieristas- en el mimo sensual de la materia- y barrocos – duplicidades lenticulares, troncos segmentados, naturalezas muertas de más o menos complejidad- donde los énfasis están dictados, casi siempre, por las mismas condiciones petrográficas.

 

Y ya, en el estricto momento de la biografía personal, Zamorano se siente acreedor y afiliado a la necesidad primaria e irreverente que llevó al rumano Constantín Brancusi, animado por Rodin, a romper las amarras académicas, formular propuestas cada vez más esquemáticas, avanzar hacia la extrema simplificación, abrir los anaqueles de la escultura abstracta.

 

Apoyado en lecturas, tertulias, vistas a museos y magisterios lejanos, en su personal camino iniciático por los predio y fronteras del arte, Zamorano sigue los pasos de los grandes activadores del espacio y contesta al diario desafío de seleccionar entre lo esencial y lo despreciable, con la intuición y la sensibilidad como guías y el oficio –sabiduría y amor- como puente de comunicación con los espectadores.

 

Será bueno recordar que este conjunto –formas robustas y estilizadas, construcciones serenas y sensuales, lujosos acentos cromáticos- surgió de la mera contemplación de una piedra pequeña el poema de León Felipe figura en el elíptico frontispicio de esta exposición y en el equipaje ético de Pedro Zamorano- y del espíritu de la apuesta por la humildad como fuente de prístinas e inagotables bellezas.