NATURALEZA EN PIEDRA

Texto de Celestino Hernández
Pedro Zamorano. Esculturas 2002

Si una materia ha de encontrar aquel escultor que desee trabajar con materiales propio s de un territorio como la Gomera, este será sin duda la piedra de origen volcánico, con la que se formó la isla, y que es su memoria geológica. Piedras que el interesado puede descubrir en los cauces de los barrancos, o bañadas por el mar. O ha de buscarlas aún aprisionadas en un dique, que surge subrepticiamente. Sucede, sin embargo, que esta piedra resulta indómita, no se deja tratar fácilmente por las manos ni siquiera de un escultor, por mucho que su intención sea elevarle a obra de arte. Y ello ha sido así, al menos hasta que pudieron hacer acto de presencia las herramientas apropiadas, con las que realizarle cortes tajantes como a navaja, horadarle su masa intacta, crearle un nuevo espacio, vacío, descarnarlas, pulirlas modificarlas.

 

Si en la búsqueda suelen estar los hallazgos, lo propio es que las innovaciones sean fruto de la investigación, a menudo larga y plagada de dificultades. El camino para llegar a nuevas aportaciones empieza en lo ya realizado por otros, en el estudio de sus obras, en el análisis pormenorizado de las soluciones que encontraron, incluso en la apropiación de sus planteamientos. Allí donde ellos lo dejaron otros lo reemprenden, seguidores suyos, y a veces también sus discípulos. En una de esas búsquedas, en el campo escultórico, inmerso en plena naturaleza, analizando los materiales, que primero selecciona para tratarlos luego en su taller, en donde darles forma, encontrarles soluciones estéticas, y ofrecer en definitiva un lenguaje propio, se encuentra Pedro Zamorano Palacios, que nació en Torquemada, provincia de Palencia, en el año 1953. Pedro se ha nutrido para su investigación, de un minucioso estudio de aquellos escultores que más se acomodarían a su modo de hacer, a la intención que busca para su escultura.

 

Pedro Zamorano se inició, en efecto, en la práctica del arte por su propia cuenta, en tierras de Guipúzcoa, en donde empezó a ejercer como maestro en 1978. El lugar no pudo ser más apropiado, pues iba a tener oportunidad de conocer de cerca la obra de escultores como Néstor Basterrechea, Remigio Mandiburu, y Jorge Oteiza.. En esas fechas difícilmente iba a encontrar modelos más actualizados que los trabajos que presentaban los escultores vascos, a la sazón los más comprometidos con el ritmo de las vanguardias, básicamente Oteiza y Chillida, inicialmente unidos en sus investigaciones, luego largo tiempo enfrascados en la cronología de sus sucesivos hallazgos y aportaciones. Pedro zamorano venía de completar sus estudios, y este nuevo escenario, tan distinto al suyo original de tierras castellano leonesas, también en lo cultural, no pudo por lo menos sino producirle un notable impacto en su vista y en su memoria, ansioso por iniciarse en un campo que aún le resultaba lejano.

 

Las alforjas estaban casi llenas, pero aún faltaban cuestiones imprescindibles para su pleno desarrollo como escultor, tales como experimentar con la materia, perfeccionar las técnicas, encontrar soluciones estéticas, volcar los contenidos y resolver los retos que los registros de la memoria desean plasmar sobre la materia. Este segundo paso importante en la vida artística de Pedro Zamorano, se produciría en una nueva tierra, muy lejana de las anteriores, tanto la castellana, de su origen, como la vasca, de su primera formación plástica. En el año 1982, Pedro llega a Canarias, destinado como maestro a Taguluche, pequeño núcleo de la isla de La Gomera, perteneciente al municipio de Valle Gran Rey, pero muy distante del mismo, y al que solo se puede acceder después de ascender a la cumbre, para volver a descender a un valle mucho más pequeño, cerrado en su cabecera por altas paredes que parecen inaccesibles, y por las que sin embargo antiguamente ascendían sus vecinos, y abierto al mar por el cauce de un barranco, de no complicado acceso. Aquí, prácticamente aislado, separado de los ruidos de las ciudades, abierto a un cielo claro de noches estrelladas, y al horizonte de un inmenso océano, con pocos vecinos. Pedro debió de tener todo el tiempo del mundo para respirar, para limpiar la mirada, que es el paso previo y necesario para hacer en esta vida algo interesante.

 

Pronto debió darse cuenta de que por falta de material no iba a ser, ya que lo tenía a su lado rodeándole, pues a fin de cuentas la isla a la que había dirigido sus pasos no dejaba de ser, entre otras espléndidas cosas, una inmensa cantera, y un escenario impactante en que los agentes de la naturaleza han modelado inmensas esculturas de piedra, como el roque de Agando, la atalaya de la Fortaleza, o el risco de los Órganos. Sólo quedaba, pues, acudir a los barrancos, a los diques, conocer las piedras, trabajarlas y mimarlas, hasta conseguir lo mejor de ellas, aplicar las formas que unas veces se imponen al escultor, y otras veces este ya lleva grabadas en su mente y en sus sentimientos. Eliseo Izquierdo hace alusión a estos aspectos cuando comenta un grupo de esculturas de Pedro de los años 1986 al 1999, realizadas en basalto, basalto gris, traquita, traquita alterada o peridotita: “Conoció al veterano geólogo Telesforo Bravo, con quién pateó, encandilado por tanta belleza, hasta los más apartados y olvidados senderos isleños” y añade respecto a cómo surgen las “bolas de basalto”: “ son formaciones producidas por la fractura o disyunción de la dura roca volcánica, que el artista pela ( desbasta o trasmuta) para encontrar la pulpa o formas que adivina escondidas en la estructura pétrea” (1)

 

Cinco años después de su llegada a la isla, Pedro ya tenía preparadas suficientes obras, y lo grado el ánimo necesario, para presenta su primera exposición individual, que tuvo por escenario la isla de La Gomera, que le había acogido como enseñante y que había acabado por convertirle además en escultor. El camino escogido fue el esperado, el que en efecto debía escoger un escultor contemporáneo que, desde su propio aprendizaje, se incorporaba a un campo ampliamente subvertido y removido a lo largo del siglo XX. En efecto, Pedro Zamorano elige, como modo estético para sus primeras obras, los planteamientos de la escultura orgánica, en la que tan buenas e importantes aportaciones habían realizado, desde el impulso inicial de Brancusi, escultores como Jean Arp, Henry Moore e incluso Joan Miró. La información obtenida de los escultores vascos era buena, sin duda, y llegaría el momento de aprovecharla, pero ahora, ahora que daba los primeros pasos, lo apropiado era mantenerse lo más en armonía posible con la materia, siendo esta sobre todo la piedra, conseguir que ella prácticamente hablara por si misma, destacar su belleza, no domeñarla y contraerla, mostrarla en su cara más amable, tersa, casi brillante, agradable al tacto como a la vista.

 

Era una buena noticia, la incorporación de Pedro Zamorano a la escultura en Canarias. El escritor Luis Ortega, con motivo del estudio que realizó para la exposición de Pedro en el Centro de Visitantes, en la que presentó piezas de basalto olivínico, diabasa verde, fonolita, traquita oxidada, sienita, gabro, laja basáltica, roca con estructura de fluido, y plutónica de grano fino, realizadas entre los años 84 y 98 y como antesala a su proyecto escultórico “Orogenia”, homenaje a La Gomera, instalado en la plaza del nuevo palacio insular, unía ya a Pedro con la tradición escultórica de las islas. Decía Luis Ortega: “en tratamiento y acabado las esculturas actuales de Zamorano, emparentan con piezas de Plácido Fleitas y Eduardo Gregorio, artistas cimeros en el arte de la piedra, creadores a caballo entre la figuración indigenista y la abstracción que llegó a Canarias, a fines de la década de los cincuenta.” (2)

 

Era mejor noticia aún, que la participación de Pedro Zamorano en la escultura de las islas, con aportaciones largo tiempo pensadas y trabajadas, se produjese desde una isla periférica como la Gomera. Una isla que ha permanecido huérfana en el conjunto de la plástica contemporánea en Canarias, desde la ausencia definitiva de José Aguiar, que nación en Vueltas de Santa Clara, Cuba, en 1895, siendo bautizado en Agulo; La Gomera, y fallecido en Madrid en el año 1976, y la ausencia temporal de Luis Alberto que nació en Hermigua, La Gomera, en 1947. Estos dos artistas gomeros decidieron trasladar su residencia a Madrid,a temprana edad, José Aguiar a los treinta y cinco años y Luis Alberto a los veintiocho. Sus ausencias se han visto compensadas, de algún modo, por la llegada de otros creadores plásticos, que han hecho de la Gomera su lugar de adopción y de trabajo, como Guido Kolitscher ( Viena, Austria,1950), que fijó su residencia en la isla a los veintidós años y Pedro Zamorano que lo hizo a los veintinueve.

 

La más reciente escultura de Pedro Zamorano sigue, una parte de ella, la estela orgánica, que ya había adoptado antes, y en cuya tradición no debemos olvidar a Bárbara Hepwort, que tan buenos resultados obtenía con el volumen como con el vacío, en sus formas horadadas, como ella misma las tituló. Están también las semillas, con sus formas pulimentadas, brillantes, sencillas en su misma grandeza. Son una serie de Semillas, naturaleza en piedra, pertenecientes a una de las plantas más presentes en el paisaje insular, las tuneras, a las que ya prestó también acento Jorge Oramas, en obras como Camino de Mazagán o Aguadoras.. A estas obras se unen otras en donde destaca también la depuración de las formas, hasta alcanzar la imagen más elemental y también más nítida del elemento a reproducir, en ocasiones en la vía abierta por el arte pop.

 

En el presente año Pedro participó en un interesante proyecto, junto con Gonzalo González y Cristóbal Guerra, La luz de la noche, y en él realizó algunas obras ex profeso para esta propuesta, en la que aparecían esculturas en la línea ya citada, diques sueltos, como un puzzle de disposición alterable, y otras obras, más próximas a la instalación, en las que bien en horizontal, sobre el mismo suelo, bien en vertical, actuaban formas y planteamientos más libres y desenvueltos en la pauta habitual de Pedro Zamorano. El comisario de la citada muestra Antonio González, escribió sobre la lectura de la noche gomera que realizaba Pedro con sus piedras: “nos trae una visión de la noche solidaria y festiva; recuerdos ancestrales de antiguos aquelarres, que en las limpias noches de La Gomera festejaban la aparición de la luna, cuando esta hacía su aparición, arriba, en el claro del bosque.” (3)

 

A todas estas aportaciones Pedro Zamorano añade, en fin, otras esculturas en las que prima un planteamiento de corte geométrico, con referencias constructivas, composiciones de base abstracta, en las que sin embargo permanece presente la naturaleza, como mundo que alimenta las formas escultóricas de Pedro Zamorano. Es aquí donde encontramos más a Oteiza, y a Chillida, entre la tradición escultórica vasca, y a Eduardo Gregorio, no el indigenista, y también a Tony Gallardo, no el de la figuración neoexpresionista final, sino el de los planteamientos geométricos de los setenta, entre la tradición canaria. Son obras y grupos, bodegones, depurados y simplificados, al modo que incluía Morando los gruesos botellones en sus naturalezas muertas, pintura de objetos, que dijeran a principio de los setenta de los trabajos también de Oldenburg.

 

 

 

(1) Eliseo Izquierdo, en Pedro Zamorano escultura, Caja Canarias, Puerto de la Cruz 1999.

(2) Luis Ortega Abraham: “Búsqueda, azar y oficio” , en Pedro Zamorano. Esculturas, Cabildo Insular de la Gomera. 1988

(3) Antonio Manuel González Rodríguez: La luz de la noche. Centro de Visitantes, de San Sebastián de la Gomera, 2002

 

 

Celestino Hernández diciembre de 2002