PEDRO ZAMORANO. ESCULTURAS

Texto de Eliseo Izquierdo.
Esculturas. Pedro Zamorano. 1999

De regreso a La Gomera, hace algo más de un año, después de haber comtemplado la obra escultórica última de Pedro Zamorano, formulé en un artículo que hube de dedicarle a su arte, el deseo vivo de que el artista soltara de una vez amarras y se decidiera a emprender una navegación por nuevos y más extensos territorios: o sea, fuera de la Isla Colombina, en donde hasta entonces se había recluido. Porque hasta el otoño de 1998, Pedro Zamorano, no sane uno bien si por timidez, por desconfianza o por entender que aun no era su hora, sólo se había atrevido a exponer allí sus esculturas.

 

Se comprende que las primeras expresiones de su arte las mostrara en la tierra a lo que le ha sabido arrancar con inteligencia, paciencia e intuición, la materia prima con que lo ha creado: todo un descubrimiento insólito y enriquecedor. Pero desde aquellos escarceos primeros, bastante firmes sin embargo para adivinar con certeza su talante y su talento artístico, ha transcurrido tiempo más que suficiente -va ya para tres lustros de su primera muestra individual- como para que decidiera aventurarse por otros horizontes. El artista nos despeja cualquier duda: Quería antes meditar sin prisa sobre la obra hecha, para luego continuar. Una actitud, la suya, que dice bien de su sentido de la responsabilidad como escultor, y de la exigencia que así mismo se impone.

 

Despejado el camino de obstáculos y dudas, Pedro Zamorano materializa su anhelo personal y el de cuantos creyeron desde muy pronto en la bondad de su obra, y da un significativo para hacia adelante, que venía demorando entre lógicas prevenciones y fundadas esperanzas.

 

Este palentino transterrado por propia voluntad a las latitudes atlánticas donde silban y silabean su canto a la piedra, el viento, el hombre y la floresta, a veces al unísono, se ha aprendido de memoria el perfil del silencio, la salmodia persistente de los cantos mecidos por la mar o la estela de la soledad discurriendo por las inmensas oquedades pétreas, por las degolladas y las fugas de basalto o fonolita de la isla que lo ha subyugado y lo mantiene como voluntario rehén. Por tantas y tan diversas sendas para su porfiada aventura. Zamorano busca hasta encontrarla la materia pétrea en la que adivina, prefigurada, la obra en estado latente de creación. Es bien sabido que en escultura, al menos en la que se realiza en piedra, lo fundamental no es sumar sino restar materia a la materia, lo que excede hasta encontrar – ¿milagro? ¿empeño? ¿genialidad? – la forma exacta que el artista venía persiguiendo o imaginaba.

 

La pasión de Pedro Zamorano por la escultura renació en Canarias al socaire de su vocación por la geología. Antes de llegar a la Gomera había hecho alguna obra, dice él seducido por la fresca belleza y la fuerza expresiva de la de Oteiza, los años que vivió en el país vasco. Luego fue la decisión de dar un salto coopérnico e instalarse en el otro extremo. En la isla comenzó a investigar y a descubrir, en la variedad casi inabarcable de muestras rocosas que atesora, piezas de hermosa textura, de inusitadas calidades cromáticas, de formas sugerentes. Conoció al veterano geólogo Telesforo Bravo, con quien se pateó, encandilado por tanta belleza, hasta los más apartados y olvidados senderos isleños. Pero su mirada era otra. Miraba con ojos de artista. Sus hallazgos selectivos testimonian, es verdad, el caudal extraordinario que desde la perspectiva geológica han depositado en la Gomera las convulsiones telúricas que terminaron por configurar la isla como un enorme puño crispado que surge del mar. Pero dice mucho más, sin duda, de su intuición, de su sensibilidad para atisbar con seguridad las formas encerradas en la calidad de esas piedras que parecían olvidadas para siempre entre tempestades de rocas o como restos de un inmenso naufragio y Pedro Zamorano ha ido recuperando con paciencia: basaltos de grano fino, traquitas, diabasas verdinegras, gabros, todo un riquísimo repertorio que sólo serían despojos minerales de remotos cataclismos y sacudidas de la tierra si la mirada certera del artista no las hubiese redimido, transfigurándolas por el arte.

 

En dos vertientes bien definidas se proyecta la escultura de Zamorano. Están de una parte los cuerpos en que predominan las configuraciones esféricas, realizados a partir de las llamadas “bolas de basalto” y, de otra, los prismas. Las “bolas” son formaciones producidas por la fractura o disyunción de la dura roca volcánica, que el artista pela(desbasta y transmuta) para encontrar la pulpa o formas que adivina escondidas en la estructura pétrea, tal como si mondara y dividiera en trozos inseparables, hasta encontrarle ritmo, medida y volumen exactos, una fruta madura. Es la lucha con las concreciones herméticas de la piedra, la búsqueda porfiada de los cuerpos presentidos, el desvelamiento de las misteriosas hechuras (a la manera michelanghelesca) que el tiempo geológico veló con un velo rugoso de incontables milenios.

 

En cuanto a los prismas basálticos, que el artista segura que tienen su raíz en el proyecto Orogenia que realizó para el Cabildo de la Isla Colombina, han venido a enriquecer su lenguaje escultórico personal con la incorporación de una dinámica generadora de nuevos espacios, caracterizada por la yuxtaposición o por la interacción de distintos módulos compositivos. Puede decirse que la función aquí es justamente inversa. Porque es otra historia, contada de manera diferente y con otros materiales, porque es muy otro el argumento. Aquí priva la ocupación de los volúmenes.

 

En todo caso, Pedro Zamorano, que se considera escultor a la manera clásica, un tallista de la piedra, celebrante consumado de un oficio transfigurador que se sustenta en una decantada técnica personal, sabe de sobra que ésta sin la idea, de poco valdrá. Y sabe también que la materia tiene su propio lenguaje, que es rebelde y se resiste a la comunicación y a que afloren sus secretos. Los materiales -dice- nos hablan de estructura, de orígenes, de cómo surgieron. Las mismas formas con otros materiales dirían otras cosas, ni mejores ni peores, sino diferentes. De ahí su empeño en alcanzar el acabado perfecto de su obra, que es lo que le da el toque mágico, esa chispa que sólo se produce cuando se ha logrado dominar por entero la materia y brota sin veladuras la idea, el arte en plenitud expresiva.

 

Eliseo Izquierdo

Académico de Honor de la Real Academia Canaria de Bellas Artes